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Dos amantes
Parte 1
Me sentía algo débil pero no podía
evitar el sonrojo, esto era demasiado.
—¿Te sientes bien? —preguntó tras
empezar a tallar mi espalda con un poco más de fuerza.
—Sí —contesté apenas con un
monosílabo mientras mi voz temblaba por el frío.
Mis labios seguían algo azules y
sentía las manos congeladas, aunque el delicado roce del agua tibia y perfumada
hacía que mi cuerpo poco a poco recuperase el calor que había perdido en la
torrencial lluvia que azotó la ciudad con la llegada de la noche, como una
nevada en pleno carnaval.
Habíamos quedado en vernos en el
parque de siempre, tras años que no saber nada del otro, tan solo
intercambiamos alguno que otro mail y tuvimos unas cuantas conversaciones de
chat desde su viaje a Suiza por un postgrado dos años atrás. Teníamos mucho de
qué hablar, así que me senté en una de las banquetas del lugar, la más visible
que encontré para que me hallase pronto. Eran las seis y media, no tardaría
mucho más. Al registrar mi celular y verificar que efectivamente no tenía
nuevas llamadas, me encontré a mi misma observándome en el reflejo de la
pantalla que se había tornado negra. «Estoy bien» pensé. Después de todo no
había nada de qué preocuparme, sería como en los viejos tiempos, aunque luego
lo pensé mejor. De hecho, en los viejos tiempos éramos novios, así que no sería
tan normal después de todo.
No obstante, sumida en mis
pensamientos, no noté exactamente en qué momento toda la gente de aquél parque
desapareció. Había estado lleno hacía segundos, o mejor dicho: lo que yo
pensaba eran segundos me había tomado varios minutos de profundos pensamientos.
Miré hacia ambos lados, no vi nada extraño que pudiese espantar a todos, de
modo que me quedé más tranquila; la gente parecía haber huido de algo. Sin
embargo, casi al instante, sentí algo chocar contra mi nariz que me hizo
saltar; y al volverme hacia arriba pude presenciar una gran nube gris oscura
sobre mi cabeza. Esto era algo extraño, en mi ciudad las nubes no pasaban del
gris claro y jamás llovía, apenas garuaba, si es que se le puede llamar así al
rocío casi imperceptible, pero esta nube tenía muy mala pinta y me empezó a dar
espina de que si no me movía terminaría peor que mi ex celular, en paz descanse,
que cayó en el WC.
Había llovido por unos instantes.
Al tratar de sacar mi nuevo celular de mi bolsillo para avisar que estaría
dentro de alguno de los cafés frente a dónde me encontraba sentada, este se
resbaló cayendo a un gran charco de barro que se había formado rápidamente en
cuanto se desató el chabusco. Luego, no quiso prender más. Aparentemente mis
teléfonos estaban condenados a una muerte prematura por ahogamiento; aunque el
aparato en sí no era lo que más me importaba, ahora no podría comunicarme con
Diego. «¡Rayos!» Murmuré, justo cuando unos bonitos zapatos de cuero marrón se
estacionaron sobre el charco que miraba, justo en el que había ido a parar mi
desdichado celular segundos atrás. Elevé la vista un poco y percibí cómo uno de
esos zapatos daba un paso más hacia mí, por el chapoteo que escuché.
—¿Ambar? —preguntó el dueño de
aquellos pies, casi afirmándolo. Levanté la cabeza lentamente, esa voz tenía un
dueño conocido, y pronto quedé mirándolo a los ojos. Era más alto de lo que
recordaba, aunque probablemente se debía a que estaba sentada.
—¡Diego! —exclamé emocionada.
Teníamos tanto de qué hablar… aunque en realidad yo lo que había buscado
siempre eran explicaciones.
Dos años. «Hace dos años se fue sin
más, de un día para otro» pensé. Le habían dado una beca de estudios, justo la
que quería, y se había esforzado por ella muchísimo. Aunque suene egoísta
dolió, más que cualquier otra cosa en el mundo, más que todo lo malo que me
había sucedido en la vida junto. Contuve la respiración al recordar el momento
en el que me contó que se iría lejos de mí. Mientras, las gotas de lluvia
camuflaban las lágrimas que mis ojos liberaban al verlo al fin cerca de mí. Sin
embargo, una presión en el pecho me decía que se hallaba lejos, muy lejos de
mí, en alma.
Rápidamente, me tomó entre sus
brazos y miró mi pálido rostro, que delataba el frío que sentía al estar
empapada. Él, a diferencia, traía un paraguas gris que combinaba bastante bien
con el cielo y con la situación de incertidumbre en la que nos encontrábamos.
Cerré los ojos y me dejé hacer, me tenía entre sus brazos mientras yo temblaba.
No estaba completamente segura si era por el nerviosismo del momento, o por lo
muy helada de la tarde que ahora se había convertido en noche, pero entre sus
brazos me sentí reconfortada. Estaba molesta «sí» decepcionada «también» pero
no podía evitar sentir mi corazón palpitar como el galope de una manada de
caballos salvajes al estar tan cerca, casi hasta dejarme sin capacidad de
hablar. Tampoco intenté decir nada más, las palabras no eran necesarias y si se
me hubiese quebrado la voz por el llanto hubiese sido desastroso, lo preferí
así, mientras me sentía como jamás en este último tiempo: consolada.
—Estás helada, —rompió el silencio.
Sin embargo, no me moví ni respondí, tiritaba. —Ven, vamos a mi departamento
—culminó la oración. Si mal no recordaba, estábamos apenas a una cuadra.
—Espera —indiqué, mientras me
soltaba ligeramente del agarre mientras era arrastrada apresuradamente en
dirección a su morada.
—¿Qué sucede? —cuestionó. —Luego
podrás reclamarme lo que desees, ahora por favor no te hagas de rogar,
necesitas calentarte un poco para no pescar un resfriado. —Mencionó, con una de
esas sonrisas tan típicas de él, melancólicas, en las que un lado de los labios
estaba más levantado que el otro sin mostrar ninguna de sus piezas dentales y,
era acompañada por una mirada preocupada.
—Lo se… pero no hemos hablado nada
y pues… —dije evitando verle a los ojos y haciendo mi mejor esfuerzo por sonar
monótona, con la mirada fija en la punta quiñada de una baldosa de la vereda.
No sabía exactamente qué decirle, tampoco esperaba en lo absoluto ese
comportamiento. Aunque en realidad no esperaba ningún comportamiento, no sabía
qué esperar.
—Por favor… —sollozó —no deseo que
te pase nada malo. Sé que he cometido muchos errores ya, sé que debí decirte
acerca de mi viaje con más anticipación. —Respiró hondo y continuó —En serio,
puedes recriminarme lo que quieras, tienes toda la razón.
No sabía qué contestar ni de qué
iba. Tampoco sabía si sus sentimientos por mi habían cambiado. Podría tener a
alguien más ahora, alguien que lo hubiese acompañado estos últimos años y
ciertamente no era yo: yo debía ser ahora una desconocida. Es más, todo esto me
olía a: “lo siento, no quiero guardar resentimientos pero ya tengo la vida
resuelta con otra persona, bien, gracias, adiós.”
—Necesito respuestas —fue lo único
que salió de mí desde el fondo del alma. De pronto, el frío desapareció, esto
era más importante que cualquier cosa. Además, de esa respuesta dependía si iba
a aceptar la ayuda o no, y si iba a terminar con pulmonía o no.
—Estos últimos años, he tratado que
pasen lo más rápido posible —comenzó a hablar. —No salía, solo estudiaba,
tampoco quería conocer gente por miedo a que me guste ahí y porque sabía que yo
tenía una vida aquí. No ha sido fácil, y supongo que mucho menos para ti. Sin
embargo, no te hablaba de todo esto por mail o chat porque no me parecía
correcto hacerlo por ese medio, porque necesitaba decírtelo cara a cara, no
sabes cuanto he esperado este momento: llegué hoy de madrugada, eres la primera
persona a la que veo y moría de miedo que te negases a verme.
Con ambas manos peinó su cabello
hacia atrás en signo de desesperación y prosiguió mientras yo lo miraba atenta
sin perder ni un segundo de su conversación. —A lo que me refiero… es a que me
di cuenta que no debí arriesgar algo que necesito por algo que no necesito.
—Culminó, apoyando ambos brazos sobre la pared detrás de mí, apresándome en el
medio.
—No te pido que me aceptes de
vuelta a cómo eran nuestras vidas antes, —bajó la cabeza y cerro los ojos con
fuerza, continuó hablando —eso sería pedir demasiado… Sólo te pido que me dejes
estar cerca a ti… ser tu amigo…
Las lágrimas de Diego adornaban ese
terso rostro que tantas otras veces me inspiró el más grande cariño que jamás
sentí. Me acerqué un poco más hasta casi rozar sus labios con los míos. No
necesitaba escuchar más, al menos no por hoy. El alivio que me hizo sentir eso
último que dijo, hizo que la adrenalina cesara por un momento, volviendo a
reparar en mi condición. Me comenzaba a sentir débil nuevamente y ya no sentía
mis manos ni mis pies: el aire helado que entraba por mi sistema respiratorio
tampoco se sentía del todo bien: estando mojada de pies a cabeza. La lluvia seguía
haciendo ruido fuera del toldo de un restaurante bajo el cual nos habíamos
resguardado mientras caminábamos hacia el departamento de Diego antes de
detenernos abruptamente, lugar en el que me encontraba atrapada entre la pared
y él. No había ni un alma en las calles, solo nosotros dos en nuestro mundo de
situaciones complicadas, y estábamos a un paso de besarnos. Paso que no estoy
segura quién dio, porque lo próximo que sentí fue una calidez en los labios
fríos y azulados que me caracterizaban ahora.
Besaba con la avidez de un experto,
explorando cada milímetro de mi boca, dominándola, haciéndome olvidar que
existían otros seres, tiempo y espacio. Cerré los ojos temblando; él se acercó,
sin romper el contacto, aún más a mí sosteniéndome el rostro con ambas manos e
inclinando la cabeza en busca de una posición más cómoda. Sus suaves labios
acariciaban los míos acompasadamente, parecían encajar perfectamente conmigo.
Por mi parte, yo trataba de seguirle; masajeando su lengua contra la mía y
arrancándole uno que otro suspiro que me dejaron sumamente encendida, el
cosquilleo de las mariposas en la panza empezaba a bajar de lugar y empecé a
perder fuerza en las piernas. Había olvidado lo bien que se sentía estar con él
y, había creído que jamás volvería a hallarme tan realizada. El beso se
prolongó un momento más hasta que tuvimos que separarnos para tomar aire. Nos
miramos. Jadeábamos y vapor salía de nuestras bocas en signo de cansancio;
recordándonos el frío que hacía, frío que mi corazón ya no sentía. Luego, me
miró con una sonrisa tierna, y me dijo —vamos a casa. —Asentí.
—¿Segura que te encuentras bien?
—cuestionó mi respuesta, tomándome de los hombros desnudos esta vez.
—Voy a estar bien siempre y cuando
estés conmigo —contesté tomando sus manos y entrelazándolas con las mías. A
continuación me eché hacia atrás y me acomodé en su pecho. La espuma de la
bañera victoriana me llegaba casi al rostro y me abrigaba, estaba totalmente
cómoda en esa posición. Ese momento, era exactamente uno de esos que deseas que
duren por siempre… que deseas que no acaben porque se sienten tan cómodos y, a
la vez son tan nuevos y excitantes que no deseas moverte ni hacer nada que
cambie su composición. Estaba segura que nada superaría los sentimientos que
habían aflorado en mí con el simple hecho de compartir un baño reparador.
Luego, me moví solo un poco acomodándome mejor entre sus piernas estiradas,
cuando sentí algo: su creciente excitación rozar mis muslos. Sonreí. Y me
sonrojé ante la idea de romper el momento “perfecto” para buscar uno mejor.
Risueña cerré los ojos y me apoyé aún más en Diego, haciéndolo temblar ante el
roce nada sutil que hubo entre nuestros cuerpos; volviendo su miembro una roca
y arrancándole un suspiro que consiguió erizar mi piel y me hizo querer ganas
de más.
Parte 2
Escuché un suspiro fuerte. Venía de
mi acompañante, que ante mi movimiento se encendía. Volteé la cabeza y lo miré.
Se encontraba con el cabello empapado, la cabeza tirada hacia atrás y los ojos
cerrados; una postura riquísima que me provocaba de sólo verlo. Me dejó
deslumbrada. Fue en ese momento que abrió los ojos y como un Titán, ese adonis
me levantó de la bañera como si de una pluma se tratase y, chorreando agua me
llevó al lecho; como habiéndome leído la mente.
Pasión, placer y sangre; bombeaban
por nuestros cuerpos a una velocidad incalculable; llenándonos de vida,
tiñéndonos de rojo. Un rojo, más candente que el fuego, que nos abrazaba como
jamás lo había hecho y que nos sumergía en el éxtasis del momento, un momento
efímero tan potente que durante el clímax alcanzaba aires de eternidad, para
dejar nuestros cuerpos maltrechos luego, exhaustos, como ceniza. Y que sin
embargo volvían a resurgir como un fénix minutos después; sedientos de más
fuego, de más calor, de más amor.
—¿Cansada? —preguntó Diego al fin.
Era lo primero que salía de nuestras bocas sin ser un gemido, desde hacía
varios minutos. Por mi parte, me encontraba recostada sobre su pecho, con los
ojos cerrados, intentando regular mi respiración lo mejor posible.
—¿Yo cansada? —mascullé. Si claro…
y él no —por supuesto que no.
—Vamos… no me digas que ya te
enojaste —me abrazó protector y se dio la vuelta con tal de quedar sobre mí.
Luego, al abrazarme más sentí su
respiración en el oído izquierdo segundos antes de advertir sus suaves labios
rozar mi cuello en un intento de beso del que intenté zafarme sin éxito, dado
que la fuerza se me fue instantáneamente cuando llegó al lóbulo. Su respiración
se hizo más fuerte, al parecer le estaba gustando lo que hacía, y yo intentaba
sacármelo de encima con una fuerza digna de una mariposa.
—¿Sigues molesta? —Susurró a mi
oído nuevamente, lo que me hizo vibrar de excitación.
A continuación se separó de mí,
miró mi rostro sonrosado con los labios levemente separados por las sensaciones
tan espectaculares de las que era presa y los tomó salvajemente, como si fuesen
la única fuente de agua del universo y no hubiese bebido en mil años.
Dejé de estar, dejé de existir,
dejé todo atrás y; me preparé para incinerarme y fundirme a él en rojo placer;
una vez más. Con la esperanza, esta vez, que el clímax durase toda la
eternidad.
FIN
Espero que no se les haya hecho corto el final ni que los
haya decepcionado,
Gracias por leer
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