Llegué al porche y toqué el timbre. Estaba sólo.
De inmediato, me abrieron la puerta y me hicieron pasar.
Desde la entrada de aquella casa, se escuchaba un leve
murmullo que iba creciendo a medida que me acercaba a lo que era una fiesta.
Entre toda la gente bailando al unísono, no encontraba a nadie conocido. Cada
quién parecía estar en una burbuja impenetrable.
Pronto, sentí que me miraban. Eras tú.
Atenta, sin decir nada ni romper el contacto visual, te
fuiste acercando y me regalaste una sonrisa. Porque en el instante en que te vi
me enamoré, y lo sabías.
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