Decidida, fui hasta él. Hasta sentir el
olor a hombre estremecerme, hasta recibir su respiración agitada, hasta mirar
sus labios, cerrar los ojos, percibir sus manos sujetándome el rostro con
dulzura, tocar sus labios con los míos y empezar una danza; de esas que no
tienen hora, con la coreografía impresa en las entrañas.
Custodiada entre sus brazos, coloqué en sus
labios dos palabras mágicas que cortaron el beso y resonaron por todo su ser.
Y así, habiéndose alimentado el alma, estos
dos extraños partieron por la vida en busca de aventuras maravillosas y en
busca de una razón para estar, hasta el último aliento juntos.
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