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Una chica de hoy
-Claudia, no se que hacer… por
favor contesta. ¡Vamos, contesta! – la joven de no más de 30 años, que hasta
hacía unos momentos guardaba la compostura como ninguna otra persona, cerró los
ojos cansada y se recargó contra la pared mirando atónita su celular.
-Vamos Clau, no me hagas esto… –
continuó susurrando histérica, mientras seguía marcando teclas y poniéndose el
aparato de cuando en cuando al oído, solo para escuchar una y otra vez la
antipática voz de la grabadora que decía <<El teléfono con el que usted
quiere comunicarse no se encuentra disponible en este momento. Si desea, deje
su mensaje después del tono. Biiiiiip >>
-¿Por qué esto me tiene que pasar a
mi? – suspiró ya resignada mientras se dejaba caer deslizándose hasta el suelo,
usando como soporte la puerta del inmenso baño, y resoplando a la vez que
trataba de calmar sus ansias.
Luego, se deshizo de sus tacones y
se acomodó el vestido que se le había subido por haberse sentado de esa manera.
De todos modos, ya no importaba, era casi seguro que estaba arruinado por su
descuido, al igual que su maquillaje al pretender echarse un poco de agua en la
cara que disipase sus nervios, lo cual no resultó.
A continuación, ya mas tranquila y
meditabunda, repasó mentalmente los recientes hechos que la llevaron a tal
estado.
-Como sabes, este es nuestro
restaurante favorito. Al decir verdad, era solo tú restaurante favorito hasta
que lo compartiste conmigo hace ya tres años. – dijo buscando conversación un
galante hombre, vestido de traje y gemelos. Llevaba el cabello con un largo
considerable para ser hombre, y algo despeinado, lo que hacía que se viese
bastante interesante para el público femenino.
Sandra solo atinó a sonreír
ampliamente a su acompañante. Le había encantado el detalle de haberla llevado
a su restaurante favorito, gusto que solo se podía dar con papá engreidor
cerca, pero ahora su novio parecía tomar la posta. Ella, solo podía estar
feliz, y disfrutar de la velada, como siempre que salían a esas horas fingiendo
una cita, a pesar de llevar viviendo juntos cuatro meses.
-¿Estás pasándola bien amor? –
preguntó el susodicho, aludiendo al ambiente y a la música de piano en vivo.
-Perfectamente, podría estar donde
sea, y si tu estuvieses ahí sería el mejor lugar del mundo. – respondió la
mencionada, enterneciendo a su chico.
Pronto, Miguel hizo una seña con la
mano a uno de los mozos para que trajera el vino, y así empezó la cena.
Conversaron de todo excepto de problemas, rieron, jugaron con las miradas y la
pasaron genial. Tan bien, que las personas de otras mesas no podían evitar
espectar al detalle la historia de amor tan maravillosa y fresca de la que eran
testigos.
Al final de la velada, en el
postre, Miguel empezó – Mi amor, desde el momento en que empecé a vivir mi vida
junto a ti, todo ha sido tan maravilloso…
-¿Todo maravilloso?… apuesto a
que…. – sin embargo, no pudo continuar, ya que su novio posó un suave beso en
sus labios que la dejó boba un rato, para continuar él con lo que estaba diciendo.
-A lo que me refiero, es que las
cosas malas o momentos no tan bonitos, son totalmente esfumados del recuerdo
por todas las sensaciones hermosas que me has hecho sentir en el tiempo que
llevamos juntos. – Mientras tanto, metió una mano en un bolsillo de su saco
revolviéndolo un poco al buscar “algo”.
-¿Es esto acaso…? No… debo estar
soñando, si yo le dije que no quería casarme hasta los cuarenta y pico… -
pensó más relajada por su apresurada conclusión. Soltó el aire que tenía
retenido en los pulmones y respiró hondo.
-Yo sé que tú me dijiste que no
querías casarte hasta dentro de mucho tiempo, pero no puedo evitar querer
hacerte mía por siempre lo antes posible, y darte todo lo que quieras. Juro que
cumpliré cada uno de tus deseos si aceptas este anillo. – pronto, se arrodilló
frente a su novia, haciéndolos el centro de atención de todas las demás mesas,
y pronunció las palabras mágicas. – ¿Quieres casarte conmigo? – Para a
continuación, abrir la pequeña cajita que tenían en frente y que contenía una
sortija en oro blanco con un gigantesco diamante rodeado de brillantes que
dejaría sin aire a cualquier mortal.
Era tanta la impresión, pero tanta,
que Sandra no salía del estado de shock en el que había caído. Se quedó callada
eternos segundos para mas tarde dar el sí.
-Si quiero. – Exclamó en un hilo de
voz, para ser abrazada y besada por su ahora prometido, el cual puso el anillo
en su dedo mientras un mar de aplausos acallaba todo lo demás, hasta sus
pensamientos.
-¿Te sientes bien? – Preguntó el
novio, luego que el disturbio cesó – Te noto algo pálida ¿no te cayó algo mal
la comida?
-Hem… puede ser, ahora vengo, voy
al lavabo. – y desapareció tras un biombo que escondía la puerta de este.
-Y ahora qué voy a hacer… – sollozaba
mientras miraba el reluciente diamante.
-Por siempre,
por siempre, por siempre, por siempre… - no dejaba de sonar en su cabeza. Y ciertamente,
“por siempre” era demasiado tiempo para ella, tanto que la hacía querer salir
corriendo despavorida.
-Mi vida ha terminado… estoy
arruinada… no tendré carrera… – continuó lamentándose, cuando de pronto escuchó
que alguien tocaba.
-Cariño, ¿estás bien? – se escuchó
detrás de la puerta. – Has demorado mucho…
-Lo sé, lo siento. – dijo
conteniendo la voz y secándose las lágrimas mientras trataba de borrar con algo
de agua los rezagos de delineador que manchaban su rostro con negro. – ¡Ya
salgo!
-Por si te quieres ir ya pedí un
champagne para seguir con la celebración en casa… te espero acá – mencionó en
tono preocupado.
-Espérame en el auto por favor, ya
voy. – dijo apresurada mientras se pintaba los labios y arreglaba su vestido.
Un rato después, atenta de no
toparse con nadie al salir, Sandra se escabulló del restaurante hasta llegar a
la gran escalinata que la separaba del vestíbulo. Bajó las escaleras una a una,
con un pesar que cualquiera hubiese jurado que sus tacones eran de plomo. No
quería llegar, se reusaba a aceptar su destino. Además, por más que se hubiese
esforzado el maquillaje seguía corrido, hasta que lo vio.
Tenía una hermosa sonrisa que se
desplegó aún más al verla. Los ojos se le iluminaron, y no vio a nadie más en
ese lugar, solo a él que la miraba enamorado. En ese instante, todas sus dudas
se disiparon, todos sus miedos se esfumaron y su corazón empezó a latir a mil
por hora. Solo estaban él y ella, amándose. En ese instante sintió que lo
querría abrazar y besar por toda la eternidad y más. Aunque tanto él como ella
sabían que al día siguiente todas esas dudas y miedos iban a volver, solo para
disiparse de nuevo, y continuaría así siempre, porque él la quería demasiado y
ella más. Por eso, a pesar de todas sus dudas, dio el sí a la felicidad.
Epílogo:
Mas tarde, en el living de la casa
de ambos…
-Jajajajaja, no puedo creer que
pensaste que te haría tener hijos, casarte, dejar tu carrera y dejar de ir a
fiestas – mencionó entre risotadas Miguel a Sandra.
-Pues…. – dijo anonadada y con la
cara toda roja de vergüenza – ¿y eso como lo voy a saber?
-Pues… casémonos cuando quieras, si
quieres en 10 años, los niños igual. En cuanto a tu carrera, yo nunca te pedí
tal cosa… y en cuanto a la fiestas… ¡yo amo las fiestas! Eso sería privarme a
mi también. – Contestó.
-Entonces… ¿por qué el apuro con el
compromiso? – Sandra no entendía nada.
-Pues… porque ahora cada vez que se
te acerque uno de esos brabucones, que piensan que se merecen todo y todas las
chicas del mundo, verá el rocón que tienes en el dedo y se irá por las buenas.
– respondió orgulloso.
-¡Oye! – Fue lo único que salió de
la boca de la joven, más relajada que nunca, mientras un almohadazo caía en el
rostro de su novio.
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