Sholeh


—Oye, ¿por qué no te calmas de una vez? —preguntó.
—Explícate, ¿por qué habría de “calmarme”? —cuestionó Sholeh, en realidad no entendía de qué se trataba todo esto.
—Me refiero a que podrías vivir una vida pacífica y sin problemas… ¡Vamos! Que no creo que sea tan difícil dejar de hacer alboroto de vez en cuando, a veces hasta parece que te esfuerzas. —dijo finalmente Khur, cruzándose de brazos y bufando. Estaba realmente harto de sacar a su amiga de embrollos hasta más largos que la barba del mismísimo rey.
—A ver… creo que he entendido. A ti te molesta que siempre me esté metiendo en problemas ¿cierto? —Khur asintió con la cabeza, cerrando los ojos en resignación y respirando hondo. —Te diré algo… si algún día dejo de meterme en problemas, mi vida carecería de sentido. Y es que son estos los que me alegran, me dan ganas de vivir y me sacan una que otra sonrisa todos los días… No me vas a decir que no te diviertes a diario conmigo y, es que ser medio loco y meterse en problemas es casi que requisito para recaudar material para escribir. Sino, mis cuentos serían casi tan aburridos como tu vida antes de conocerme. —Le guiñó un ojo y soltó una leve carcajada tapándose el bigote falso que llevaba pegado del labio superior.
Esto era demasiado, Sholeh estaba sobrepasándose con él y ahora pretendía insultar su refinada vida. Sumido en sus pensamientos y buscando una forma de refutar el insulto, no se dio cuenta en qué momento la muchacha saltó por la ventana agarrada de las cortinas para caer nada más ni menos que entre un montón de paja llevada en una carreta por un burro.
«¡Diablos!» pensó, ¿ahora cómo iría por ella antes que desapareciera entre la multitud del mercado? La princesa, sonriente, meneaba la mano diciéndole adiós a lo lejos, ¡ese burro iba rápido!
Miró hacia ambos lados pensando en una mejor idea que no fuese saltar ocho metros para ir en busca de… 
—Maldita loca… el rey me matará si llego a perderte. —murmuró en voz baja. Y así, dispuesto a saltar, se subió al marco de la ventana en la espera de alguna carreta que pasara por esos lares, mientras las nauseas del vértigo que sentía se hacían cada vez más fuertes. «Chiquilla astuta»



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