-Señor Rector, debe cambiarme de
clase, por favor, se lo suplico. – Repitió como en tantas oportunidades, solo
que esta vez mirando al piso y con un rubor en las mejillas tan incandescente
como sólo un sonrojo podía ser.
-Señorita, ya le dije que yo no
puedo hacer eso, los salones están dados desde hace mucho. Para tal caso de
urgencia me tiene que dar una razón. Esta universidad es seria, y todo tiene un
protocolo. – Dijo de nuevo el anciano canoso atento a una respuesta proveniente
de la alumna, respuesta que nunca llegó, mientras la pobre chica seguía mirando
el suelo avergonzada.
-¿En serio era tan difícil decirlo?
¿Tendría verdaderamente una sanción? ¿Era acaso tan terrible? Un momento… eso
era imposible, ella no lo sabía. Al menos no en ese momento… – La joven
pelirroja, miró finalmente a los ojos de su interlocutor luego de varios
minutos.
-Señor… Con todo respeto… – arqueó
los labios en una pequeña sonrisa pilla motivada por el recuerdo. – ¿Está
seguro acerca de lo que usted pide?
Todo estaba oscuro debido a mis
párpado cerrados, empezaba a despertar y todo se sentía raro, habían olores
extraños por todos lados que no podía descifrar.
Aunque era una mañana como
cualquier otra, también podía percibir la cortina ligeramente levantada y la
ventana algo abierta que dejaba entrar una leve brisa matutina muy agradable
aunque muy fría para mi gusto. Así que estiré un brazo en busca del cubrecama
aún con los ojos cerrados, pero toqué algo con una textura muy extraña. Algo
que parecía… no, no podía ser, era imposible.
Pronto, abrí los ojos asustada solo
para volver a cerrarlos inmediatamente por un brutal dolor de cabeza que
amenazaba con volverse peor si volvía a ver la luz del día jamás. Sin embargo,
intrigada por lo que parecía ser a primera vista un lugar desconocido, abrí los
ojos nuevamente y respiré hondo tratando de menguar el taladro que me rompía la
cabeza no solo para encontrarme con un paisaje muy distinto al de mi cuarto,
sino que pegado a mi lado izquierdo de la cama había un hombre.
Pero que rayos…. – Pensé mientras
mi cerebro intentaba fallidamente trabajar a mil por hora.
Estaba sin lugar a dudas algo
asustada. En un lugar desconocido, con un desconocido y… según parecía, el
desconocido andaba ¿desnudo? – ¿Y yo…?
Poco a poco bajé la cabeza y
analicé mi aparente desnudez, para levantarla y ver parte de la ropa que traía
la noche anterior regada por el suelo del dormitorio. Un dormitorio bastante
lindo para ser de un hombre.
Sin embargo, mi vista no quedó
satisfecha solo conmigo y con el cuarto. Lo que yo realmente quería saber era
si él también se encontraba desnudo. Así que luego de observar la mitad de su
torso, lentamente levanté la sábana que lo tapaba para encontrarme con un
cuerpo tan bien formado que por un segundo me desentendí de todo y quedé
contemplándolo por largos minutos hasta que decidió acomodarse de lado, lo que
me hizo regresar a la realidad. Así que solté la sábana y me quedé quieta hasta
que dejase de moverse, rezando para que no despertase, como una loba al acecho
de su presa, solo que en este caso la loba quería salir corriendo lo más rápido
que pudiese antes que la presa se diese cuenta.
Con la mente más descolocada que
nunca, bajé de la cama despacio, tratando de no hacer ruido y así evitar
enfrentamientos y lo más importante de todo, la realidad que no quería encarar.
Exactamente, ¿qué había pasado ayer? No quería saber. Bueno, en realidad si
quería.
Paradójicamente, cuando mi cerebro
mencionó esa interrogante al aire, pisé algo que si bien me dio la respuesta,
acabó por escandalizarme un poco, solo un poco.
Casi bajo la cama, siendo pisado
por mi pie izquierdo, había un pequeño sobrecito vacío de plástico frío, un
preservativo.
-Genial, sí sucedió. – Pensé
rendida ante lo evidente. Pero… ¿Qué más pensaba que podrían haber estado
haciendo dos individuos desnudos en una cama? – Qué lenta que estás hoy Liza.
Por lo menos te cuidaste. – Resoplé finalmente en voz baja.
Pronto, un pequeño movimiento en la
cama me hizo despertar por segunda vez de mis pensamientos, en lo poco que
llevaba despierta, mientras recogía mi ropa de todos lados del dormitorio.
-Hola, ¿qué tal dormiste? – Escuché
a mis espaldas justo antes de darme la vuelta y empezar a tratar de cubrirme
con el vestido que acababa de recoger de la alfombra.
Como era de esperarse pegué un
salto, no esperaba que despertase antes de que me fuese. Así que aproveché a
preguntar lo que quería saber. – ¿Me puedes explicar qué pasó ayer y cómo
terminé aquí contigo? – Dije en un tono más de enojo que de interrogante.
Aunque en realidad estaba asustada, no todos los días despiertas en Dios sabe
dónde, desnuda en la cama con un extraño con un cuerpo impresionante, y para
rematarla encuentras evidencia de lo que sucedió la noche anterior.
-Pues…. – me contestó con una
sonrisa de lado algo burlona, y es que él estaba tan relajado y tranquilo que
parecía que no era la primera vez que le pasaba un embrollo como este. –
Esperaba que tú me respondieses eso, porque yo tampoco me acuerdo. Al parecer
tomamos mucho anoche, solo recuerdo desde el momento en que te vi en ese bar,
estabas linda, digo… ahora también lo estás – se encogió de hombros.
Esa declaración me hizo sonrojar un
poco, y más aún cuando tuvo la delicadeza de levantarse de la cama
completamente en cueros para tomar un nada discreto bóxer y dirigirse a la
cocina mientras se lo acomodaba en ese tan perfecto cuerpo, que me dejó
estúpida por un rato, nuevamente. Luego, en disimulo del sonrojo me agarré la
cabeza y cerré los ojos en un intento de dejar de mirar esa parte de su cuerpo
que tanto me llamaba la atención y de paso menguar el dolor de cabeza que
persistía.
Cuando se encontraba en la puerta
de la cocina volteó un poco y me llamó – Liza ¿cierto? Yo soy Blas. Tu nombre
fue lo primero que me dijiste al conocernos, creo que si no lo recuerdas es que
habrías estado tomada un poco más que yo al presentarnos. – Y es que yo no
tenía idea cómo se llamaba ni de qué venía lo que sea que hubiese pasado
anoche. Así que sólo asentí hipnotizada por esos ojos de iris verde con el
centro azul que no dejaban de llamarme como un imán. – ¿Qué tomas de desayuno?
Hay café, leche, jugo, tostadas… tan vez unos hotcakes… también tengo ch…
-Es que yo… creo que me tengo que
ir. – Dije casi por inercia, sabía que sea lo que sea, fuese quién fuese,
estaba mal que yo estuviese ahí. Mi madre siempre me dijo que no hable con
extraños ni acepte nada, así que mucho peor debía ser acostarse con ellos…
-Vamos, no te hagas de rogar, no
muerdo ni nada que yo sepa, ponte cómoda. Además, ¿no crees que si hubiese
querido hacerte algo malo ya lo habría hecho? – Era cierto, si no me había
hecho nada antes, no lo haría, no era probable. Además, no se veía mala
persona, todo lo contrario.
Se quedó meditativo y luego me
dirigió una sonrisa. Ya se había dado cuenta lo nerviosa que me ponía su mera
presencia, así que ante mi silencio continuó hablando. – De paso, podemos ir
ideando una historia creíble para nuestros cerebros acerca de lo de ayer. En lo
que a mí respecta, creo que la pasamos bastante bien anoche. – Me guiñó un ojo.
-No lo dudo. – Le contesté
sentándome en el desayunador, algo más relajada y entrando en su juego. –
Aunque yo no soy de las que hacen este tipo de cosas, debo advertirte. No es mi
estilo, y lo que ha pasado ayer ha sido un accidente.
-Vaya accidente tan afortunado – me
quedé pensando. Sin embargo, lo peor que puedes hacer con un chico lindo, es
dejarle saber que es lindo y que tiene el control. Esos, luego, se vuelven un
asco de persona. Y es que ese de ahí, no se iba a creer el papi conmigo, de eso
podía estar segura.
La ciudad estaba completamente
empapada esa noche. Los árboles, despedían ese olor característico de las
plantas cuando se mojan y, de vez en cuando dejaban caer la lluvia que se había
acumulado entre las hojas asustando y mojando al más desprevenido. Los perros,
habían huido a sus hogares o se habían resguardado bajo el techo de algún
pórtico, y ahora se sacudían la lluvia, al igual que las aves en los árboles y
al igual que cierta chica que había corrido hacia el pequeño techo de la
entrada de un local al iniciarse el chubasco.
-¡Demonios! empapada y recién
arreglada – mazculló, mientras trataba de llevar hacia atrás los mechones
mojados de pelo que se le habían pegado en el rostro corriéndole un poco el
maquillaje.
La pelirroja suspiró rendida.
Esperó un rato bajo techo, mirando
las nubes color panza de burro. Sin embargo, a cada segundo que pasaba, la
lluvia se hacía más intensa y algunos truenos empezaron a resonar en el cielo,
como si Zeus en lo alto del olimpo estuviese teniendo una corajina incansable.
La joven, al ver la actitud del
clima, y al ver nubes negras acercarse a lo lejos, resopló. Tendría para rato,
pareciese como si el mundo estuviese en su contra y no quisiese que se reuniera
con sus amigas del colegio. Hacía un mes que lo intentaban todos los fines de
semana, pero siempre algo sucedía y no podían verse.
Hastiada, y harta de estar parada
en medio del húmedo clima, que le trataba de esponjar el cabello, y a su vez
cansada de los tacones altos que se había puesto para irse en esa farra que
nunca pudo ser, miró dentro del local en cuya puerta estaba. Sorprendida alzó
las cejas, era un bar, y en vista que no había ni un alma en la calle y por
ende ni un solo taxi que la llevase a dónde se suponía iba a reunirse, entró.
***
Al entrar, no pude evitar colmarme
del abrazante calorcito que hacía dentro, muy probablemente debido a la
chimenea encendida que había al fondo.
Pareciere una antigua cantina
europea. En el interior, primaba el color marrón debido a que tanto las mesas,
sillas, y barra eran de madera muy oscura. Se notaba a leguas que había sido
diseñada con el propósito decorativo de parecerlo, últimamente todo lo retro y
antiguo estaba de moda.
Miré a todos lados buscando un
lugar idóneo dónde sentarme y probablemente pedir un chocolate caliente con
marshmallows de esos que tanto me gustan, o tal vez un café cortado. Pero
primero, debía encontrar un aposento dónde pasar los próximos 30 minutos, o lo
que durase el contratiempo.
Las personas dentro socializaban de
lo lindo. Hacían lo que el resto, casi parecía un baile coordinado de
risotadas, abrazos y brindis. Por ende, nadie se dio la vuelta a mirar cuando
entré, ni tampoco se inmutaron cuando tuve que sortearlos para llegar a un par
de sillones vacíos frente a la chimenea.
Pronto, un mesero se acercó, quería
saber que iba a pedir. – Un chocolate caliente por favor. – Sin embargo, me
miró extrañado y respondió sin titubear.
-Disculpe señorita, este es un bar,
no servimos bebidas calientes, puede pedir un ron, un whisky….
-Un Whisky está bien – lo corté – y
que sea doble por favor. – Me moría de frío, y no me iba a dar el lujo de
resfriarme cuando estaba a puertas de empezar la universidad en menos de una
semana.
Ni bien me lo trajo lo acerqué a
mis labios. No era lo que tenía en mente tomar, pero serviría. Así que cerré
los ojos y di un sorbo grande, cuando los abrí tenía unos ojos entre verdes y
azules mirándome desde la barra, con un cabello negro alborotado que
contrastaba. Al cruzar miradas se empezó a dirigir hacia mi, así que apuré la
bebida hasta acabarla de un tirón, y…
***
-Y eso es todo lo que recuerdo… –
respondí consternada mientras revolvía mi tan ansiado chocolate caliente.
-Vaya, que pedirse un chocolate
caliente con marshmallows en un bar es… – rió un poco. – Cómo se nota que no
eres de salir tanto, ni tan movida como pensé que eras. De hecho, cuando nos
conocimos estabas bastante más suelta de cuerpo que ahora, por no decir
demasiado… Quién diría que eras de esas chicas de “chocolate caliente”.
-No importa, ahora si debo irme.
-¿Te acompaño a la salida?
-Nunca me había sentido tan
incómoda en mi vida. No te imaginas lo que fue despertarme ahí y encontrarme un
tipo al lado sin ropa.
-Si me imagino… Descuida, es
normal. – contestó Beatriz, amiga de Liza, al otro lado del teléfono mientras
esta se preparaba en desayuno. Era el primer día de clases y lo que menos
quería era llegar tarde y causar una mala impresión por el resto de ciclo a uno
de sus profesores.
-Bueno chica, ya me voy, tengo que
bañarme y cambiarme aún, no quiero llegar tarde. – Respondió Liza apurada,
mientras sacaba los huevos revueltos de la sartén con una mano, y agarraba el
teléfono con la otra. – Termino de contarte en clase, llega temprano – y colgó.
***
Esa mañana se me hizo tarde, así
que salí corriendo de casa y tomé el primer bus que vi sin importar que
estuviese lleno, fui parada, no tenía tiempo de quejarme o de lo que fuese. Mi
ciclo académico dependía de ello.
Arribé a la clase a trompicones y
sumamente cansada de correr desde el paradero de buses. Había llegado apenas
tarde y aún podía pasar a la clase. Justo antes de entrar escuché mi nombre,
estaban tomando lista – que suerte – pensé.
-Presente – dije mientras abría la
puerta del aula y entraba cautelosamente como un venado que no quiere llamar la
atención de un lobo al acecho.
Bea, por su parte, me había
guardado sitio y me esperaba en la segunda fila. Al verla, fui directamente
hacia ella. Sin embargo, incluso después de sentarme y acomodarme me percaté
que el profesor había dejado de tomar lista. De modo que, levanté la cabeza
para ver qué hacía y vi esos ojos verdes con el centro azul que a sólo una
persona podían pertenecer. Me miraban casi asustados, contemplados por los míos
de un color miel casi amarillo.
En ese momento, no estaba segura
quién estaba más asustado, él o yo. Y es que, el estado de shock en ambos fue
tan evidente, que Bea empezó a codearme un poco. Hasta que al fin, el profesor
retomó la clase, terminó de tomar lista y se presentó. – Buenos días, yo soy
Blas, el nuevo profesor de filosofía. Sé que este curso tal vez lo consideren
inútil en sus carreras, pero es necesario para…
Luego, todo lo que decía se hizo
silencio en mi cabeza, alguien le había puesto mute a mi vida. Mi corazón no
dejaba de latir, estaba sumamente pendiente de él aunque no lo escuchaba. ¿Qué
sentía por él? ¿Podría ser mi profesor? ¿Qué éramos? ¿Éramos algo?
-Señorita, ¿se encuentra bien? –
Preguntó el rector mirando a la alumna hasta que por fin ella reaccionó.
-Si si, estoy bien, descuide, ya me
iba. – respondió una Liza que ya había encontrado el por qué a su extraño
dilema existencial del momento.
-¿Segura? ¿No quería un cambio de
aula?
-Si, ya resolví mi problema,
descuide, me quedo en el aula. Adiós. – Y salió casi corriendo dejando al
rector realmente intrigado.
***
Ya fuera de la oficina del Rector,
suspiré hondo, ya sabía lo que me sucedía y lo que quería. No había sido tan
difícil después de todo. – Vaya sorpresas del subconsciente – medité. Hasta que
escuché su voz.
-Liza, ¿estás bien? – Era él, Blas,
había salido de clase por mi.
Sonreí como nunca antes, y antes de
voltear a enfrentarlo con la mirada, disipé cualquier señal de alegría de mi
rostro. No se la iba a poner fácil, y es que ese cervatillo conocería al lobo
que había detrás de estos ojos amarillos y melena rojiza, para no olvidarlo
jamás.
Algo me decía que acabaría por
devorarlo. Porque algo en él había activado cierta parte de mi comportamiento
más animal, y ahora era demasiado tarde. Además, había empezado a recordar más
o menos lo que había acontecido esa noche, y no era nada que me disgustase, ni
a mi, ni a la que me habitaba. Al parecer, empezábamos a entendernos bien.
Dos semanas
después
-Y eso fue lo que sucedió doctora.
Desde ahí no me ha dejado en paz, yo pensé que íbamos a empezar a entendernos
pero empezó a tomar el control del cuerpo por completo y lo peor de todo es que
se hace llamar “la loba”. Es una ridícula, y una ninfómana.
-Mmm… ya veo. Descuida, te podrás
bien. Es solo una recaída del trastorno de doble personalidad que sufriste.
Hacía años que no te daba una. Tomate estas – le alcanzó un blíster de
pastillas.
-Risperdal de 4mg – leyó en voz
alta.
-Tómalas todos los días a partir de
hoy – luego le alcanzó un vaso de agua y siguió hablando mientras hacía algunos
apuntes. – Me parece excelente que hayas acudido a mi a tiempo, ¿nos vemos
pasado mañana a ver cómo sigues?
-Si, por cierto, hay algo más que
quisiese comentarle. Creo que Blas está enamorado de ella y no de mi, y eso me
rompe el corazón en pedazos.
-Ya veo…
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