Débil y
profanada, así me siento mientras recorro la habitación con la mirada. Luego,
detengo la vista unos segundos en las sábanas blancas manchadas de placer
carnal y de un sudor tan sucio como la estaca de hielo que se ha clavado en mi
corazón y; que por más que deseo remover, bañada en mi sangre, persiste en
permanecer dentro de mí al igual que tu constante recuerdo.
Me revuelvo
incómoda al sentir la manija de la puerta girar, estás a punto de entrar a la
habitación. De inmediato, suena un chirrido y un golpe; proporcionados por la
puerta del baño que acaba de abrirse; casi tan fuerte como el sonido
proveniente de la calle que anuncia la libertad de alguien más. Aturdida, me
bajo de la cama en disimulo y, como cualquier curiosa sin recelo ni vergüenza,
veo por la ventana cómo aquél muchacho, tirado en la acera bajo un auto, se retuerce
en busca de una última bocanada de aire para luego dejar de existir.
Al verme
husmeando tal escena, me tocas los senos, tosco y sin pudor, invitándome a
volver a la cama.
Volteo, te
miro a los ojos y, como si fueses un extraño mendigando en la calle, canto en
tu oído: “Hoy no”.
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