En blanco


Llegué a un punto en que sabía que necesitaba cambiar algo. Llegué a un punto en que me empecé a cuestionar absolutamente todo. Empecé a odiar mi vida. Pero no es que envidiase o amase la vida de alguien más, yo odiaba la vida de todos. Odiaba la razón de la vida y sobre todo el final. En síntesis, odiaba TODO.

Empecé a cuestionarme por qué vivimos… por qué nacemos… ¿vale la pena? Y decidí que necesitaba un motivo por el cual seguir… o una excusa por la cuál no seguir viviendo.

Me empezó a dar igual todo. Me daba igual si amanecía o anochecía, yo hacía lo que tenía que hacer a la hora que fuera. Me daba igual si me peleaba o me amistaba, las relaciones interpersonales me han enseñado que eso de “conocer a alguien” es mentira. Las personas que más he conocido en mi vida me han decepcionado en el punto crítico en que yo pensaba que no se podía llegar a conocer más a alguien. Me daba igual si comía o no comía, si era flaca o gorda, si me peinaba o bañaba, si moría o vivía.

Por eso empecé a practicar paracaidismo. Utilicé la excusa del deportista y viví “por el deporte”… hasta el día en que tuviese que dejar de hacerlo “por el deporte”. Utilicé la poca entereza mental que me quedaba para eso, para intentar volar sin saber realmente lo que significaba.

Todos los días arrastraba los pies fuera de la cama y mientras me acomodaba el arnés pensaba «esta es». No por «esta es» la oportunidad de brillar, aunque siempre hay quien te mire y se vuelve una especie de show, sino porque “esta es” mi última vez. “Esta es” mi oportunidad de realizar la última actuación. “Este es” el cierre del telón.

Todos los días me preparaba para morir.

Pero yo, en mi arrogancia, siempre pensé que con mi carácter algún día tendría que enseñarle a «esa sarta de imbéciles» cómo se muere. Tendría que ejecutar el último show y morir “como se debe”. Pero morir NUNCA se debe. Y cuando uno está a punto de morir no sucede nada glamuroso ni novelesco ni poético ni hermoso ni ninguna de las cojudeces que los escritores solemos poner en nuestros cuentos.

La vida jamás pasa frente a los ojos de uno…
Yo me quedé en blanco.

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