Vivir y ser feliz


El sol se empezaba a poner, y un pobre hombre cansado y demacrado caminaba hacia unas pequeñas cabañas que quedaban a no menos de un kilómetro de distancia. Cada vez con más pesadez, y sin mostrar apuro alguno u emoción que diese a entender que estaba próximo a alcanzar su meta. Todo en él era monótono como el amplio valle de verdes pastos y flores multicolores que iban siendo tragados por la oscuridad que parecía ser llevada de la mano por aquél desdichado individuo.
-¿Y él? ¿quién es? – preguntó un niño de apenas unos 10 años. Había estado jugando con aquél hombre con el que hablaba desde hacía horas en los campos mientras corrían libremente como sus almas y descansaban en paz mientras flotaban en la inmensidad de sus pensamientos puros como el agua de lluvia en las mañanas primaverales.
-De eso te quería hablar… Verás pequeño, tú eres el único que puede llegar al él, yo no puedo manifestarme tan abiertamente. Además, al final sólo será su decisión, ni tuya ni mía. – Por un instante, ambos sabios se miraron para luego proseguir.
-Tal vez es pedir demasiado, pero tu sabes que acá cada quién es lo que es realmente, no lo que quiere aparentar. – Culminó el más sabio de ambos.
-Entiendo – Contestó el niño. Luego sonrió y prosiguió. – Ya debo regresar, me queda poco tiempo y trabajo que hacer. Nos volveremos a ver pronto.
-Tenlo por seguro, fue un placer. – Dijo el joven hombre, antes de mirar hacia el lugar dónde se podía apreciar al desdichado que había desaparecido segundos atrás.
***
-¿Abuelo? – Preguntó un adolescente de unos 16 años, que acababa de despertar de una siesta en la silla contigua a la cama, al escuchar toser y ver abrir los ojos a su familiar. Llevaba consigo un MP4 y una facha algo desprolija.
-Tú y yo tenemos que… hablar. – Pronunció dificultosamente el anciano que yacía en su lecho desde hacía unos días. Era la primera vez que su adorado nieto lo iba a visitar luego de la recaída que había vivido una semana atrás. – Es serio, y mas vale que me escuches atento.
El joven asintió, no le podía decir que no a un moribundo. Luego, se empezó a acercar a la cama, cuando de pronto apareció una desagradable enfermera mascando chicle y con una forzada sonrisa.
-Señor Mateo, traigo su medicina. Mas vale que se la tome toda esta vez… por que si no… – Empezó a decir mientras preparaba un baso con agua e inclinaba la cama con el control remoto de esta.
-Si si si… lo que digas Mallorie. – Contestó a regañadientes el viejo, poniendo los ojos en blanco. Luego, arrancó las pastillas del pequeño platito que sostenían para él y se las tragó de una vez junto con el agua. – Puede irse enfermera, estoy ocupado hablando de cosas muy importantes con mi nieto.
-Si, como diga. – Refunfuñó la intrusa mientras cerraba la puerta de la habitación en la que había irrumpido minutos antes.
-Al fin solos. – Resopló Martín, mientras sacaba todo el arsenal de pastillas que debía haber tragado hacía instantes de la funda de su almohada para arrojarlas al basurero más cercano.
-Hem.. ¿no se supone que debías haber tomado esas? – Preguntó el nieto preocupado, señalando el tacho, aunque con un tinte de orgullo por la rebeldía de su abuelo. – Olvídalo, eres genial. ¿Alguna vez de lo dije? – mencionó el menor mientras esbozaba una pequeña sonrisa.
-No, pero nunca es tarde ¿sabes? – respondió el abuelo. – Ahora escúchame. Necesito decirte esto cuerdo. Además, no quería pasar las últimas horas de esta vida drogado. Y creo que sabes a lo que me refiero… – continuó con tinte de reproche.
-¿Esta vida? – interrogó Alex con pequeños rocíos cristalinos al final de cada uno de sus ojos café, lo que hizo a su antecesor sentir una pequeña oleada de ternura de la cual se deshizo al segundo.
-Vamos, no es para tanto, no es momento de sentimentalismos. Todo se trata de vivir y ser feliz… Ahora te explico…


Este cuento es muy extraño... sólo diré que hay que leer mucho entre líneas.

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