Recuerdo aquel día de otoño. El
suelo estaba lleno de hojas secas de los árboles, y tu, sentado en aquél café,
no dejabas de discutir con aquella chica. Veía tus labios moverse y sacudías
las manos mientras hablabas. La sangre italiana corría por tus venas en ese
momento, como la mía un año después, cuando empecé a cocinar para ti.
Pero ese día, esa chica tenía toda
tu atención, como tú la mía, mientras despojaba de sus argumentos a tus amigos,
en una conversación banal, y sufría por dentro por un amor que no podía ser.
Ella, te hablaba disforzada mientras acariciaba tu muslo con una de sus pernas
por debajo de la mesa, y hacía que dentro de toda esa discusión soltases
pequeñas sonrisas que los llevaron al beso. Un beso que destruyó por dentro la
inocencia que aún residía en mi deshecho corazón.
Meses después, te vi en un parque,
de noche, cerca a mi casa. Era verano, y me mirabas con ojos de cordero
degollado mientras me hablabas de cualquier cosa menos de la fallida relación
que llevas a cuestas, en la espalda, como un pesar que no deseabas abandonar.
Un cadáver, yo lo sabía, me lo habías contado como todo. Conocía que tenía la
llave de tu mente, pero no la de tu corazón.
-En serio, eres la única que me
entiende, no se qué haría sin ti – dijiste, con una melancólica sonrisa en los
labios.
Te miré con desdén. Si tan solo
supieses lo que estaba pasando por mi cabeza en ese momento… De pronto, quedé
helada. Te habías acercado a mi y ahora me abrazabas.
-Tu sabes que no soy de cursilerías
– respondí seria. No quería esperanzarme más, ya había llegado a mi límite. Ya
no estaba segura si estaba siendo una buena amiga o si era masoquista y me
gustaba sufrir como una tonta.
-Yo ya no la quiero, no sé como
deshacerme de ella – contestaste, mientras intentabas fusionarte con mi cuerpo
en un abrazo tan fuerte que no me podía soltar por más que intentase. Pronto,
mi corazón empezó a latir cada vez más rápido y sentí que me iba a morir por el
calor que emanaba de mi cuerpo.
Luego, con un fuerte empujón logre
zafarme, no quería que te dieses cuenta de lo que sentía por ti. Ya había
planeado todo, eras el hombre perfecto, pero si no te podía tener en ese
momento, entonces esperaría unos años… y sería la última. Sabía que si te dabas
cuenta de mi situación todo terminaría, jamás volvería a ser lo mismo, no
podías saber que yo te quería, porque sabía que tu a mi no de la forma que yo
anhelaba.
Me perseguiste un rato, yo te
evadía, no quería verte a los ojos. Tenía lágrimas a punto de escurrirse por mi
rostro y delatar mi frustración. Quería pasar el resto de mis días contigo y no
podía darme el lujo de arruinar todo ahí mismo.
Pronto, me quedé estática cuando
sentí tu cuerpo aferrarse al mío por detrás. Pude sentir todas las partes de tu
anatomía, pero especialmente la creciente aceleración del palpitar de tu
corazón. No pude moverme, tampoco huir, ya no quería luchar más, te quería a
ti.
Prontamente, me diste la vuelta
entre tus brazos y te acercaste a mi. No lo podía creer. Había esperado tanto…
pero, ¿lo quería en ese momento? Éramos muy jóvenes para durar por siempre. Sin
embargo, sin importar el trompo que era mi mente, me forzaste, mientras yo
luchaba por irme hacia atrás. Ibas a malograr todo…
Pero ni bien mis labios chocaron
contra los tuyos, y se fundieron en un beso lleno de desesperación y amor, más
apasionado que el fuego mismo, supe que ese era mi lugar en la vida, junto a ti
y que ni la fuerza del huracán más fuerte podría separar lo que la amistad, el
tiempo, la pasión y el amor habían unido.
Nuestros corazones parecían salirse
de nuestros pechos como queriendo acercarse hasta el punto de tocarse, y mis
lágrimas habían al fin encontrado la liberación. A continuación, apoyaste tu cabeza
en mi hombro y pude sentir tu agitada respiración en mi oído mientras me decías
– Te amo, lo siento, ya no puedo vivir un segundo más sin decírselo a la mujer
con la que quiero estar toda mi vida.
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